Campaña de la Vieja Orden de Rohin (II)

Tuk, Kez 18 Luna Blanca o de las nieves 624 año de la Vida

Escribo estas líneas en Tuk, un poblado de enanos salvajes. Los tres días de viaje hasta aquí han sido duros y llenos de peligros, nunca una cerveza me había sentado tan bien.

El primer día de viaje un pequeño grupo de hobbits, convertidos a bandidos por las circunstancias intentaron sin éxito asaltarnos. El resultado se saldo con dos muertes, un caballo y un par de lanzas nuevas a nuestro favor, aun así, sigo pensando que no debíamos haber actuado con esa brutalidad. En el momento en que Corso perdió el conocimiento golpeado por una piedra Numerio y Aculeo se lanzaron espoleando sus caballos (el de Numerio y el que se consiguió de una pastora que acompañaba a los Hobbits) sembrando muerte y destrucción con los ojos inyectados en sangre ensartándolos como si fueran albóndigas y sus lanzas un tenedor. Dejaron en libertad al último hobbit y otro de ellos se les escapó, pasamos la noche en guardia esperando una represalia que no llegó y al día siguiente entramos en el bosque.

El bosque de Arglindel es oscuro y denso, la poca luz que se filtra en su interior ilumina viejos y grandes árboles, minúsculos insectos que inundan el aire, un denso sotobosque y materia en putrefacción por doquier. Desde que entramos la sensación de ser observados y de peligro fue permanente, gritos espeluznantes, escarabajos gigantes y arboles que caían de golpe por lo que parecían ser mordiscos en su copa fue el recibimiento que tuvimos. Perdimos los caballos cuándo un árbol gigante cayó hacia nosotros y luego pudimos dar constancia de que los escarabajos se los habían comido.


La noche no fue mucho mejor, en cada guardia tuvimos que despertarnos y prepararnos para el combate, las trampas saltaban, bestias acechaban el campamento e incluso un gran oso negro entró en él para acabar con todas nuestras provisiones.

Si un solo día en el bosque ya nos había parecido el suficiente el siguiente fue todavía peor, desviarnos del camino suponía la posibilidad casi certera de perdernos y no encontrar camino de regreso así que seguimos por él y nos encontramos con la criatura responsable de la caída de los arboles, el Grotaron. Y no era uno sino tres a los que debíamos enfrentarnos.

En un primer momento, el pánico cundió en el grupo y a punto estuvimos de dispersar-nos entre el bosque. Con sus enoomes arcos intentaron alcanzarnos, al fallar, atravesaron arboles que se rompieron en mil astillas y cayeron sobre nosotros alcanzando, por suerte solo a Dogo, rompiéndole una pata y dejándole atrapado allí…

Pero un Escudo es el muro entre el Caos y la vida, y nunca puede huir, con el poco valor que quedaba en mi corazón salté encima de un árbol derribado y grité para que todos me oyeran:

-          - Rohirrim! Nos ata un juramento! Dadle ahora cumplimento!

Ieneïe dio alas a nuestro corazón y recurrimos a todos nuestro recursos para no huir ante aquella terrible amenaza, usamos el veneno de los driders, los polvos del miedo y el aceite de nuestras lámparas que Aculeo arrojo a dos de los Grotarones mientras el tercero huía al haber pisado el vial con los polvos del miedo.

La situación era límite, en breves un Grotaron alcanzaría a Aculeo, y otro abalanzó su enorme garrote hacia mí que solo pude evitar de milagro… La oscuridad y la muerte se cernía sobre nosotros pero un buen líder aparece cuando más se le necesita, Numerio se interpuso entre el Grotaron y yo, cambió de posición su lanza y la arrojo gritando ¡Por Rohín!, su lanza rasgó la piel del Grotaron que teníamos delante y se impregno del aceite que ardía en su cuerpo (que había prendido cuando yo le arrojé mi lámpara), la lanza ardió y se clavó profundamente en el otro Grotaron que se acercaba a Aculeo rompiéndole una pierna, encendiendo el aceite que corría por su piel y dejándolo tumbado en el suelo consumiéndose por el fuego.

El ultimo Grotaron malherido, cayó bajo el yugo de la Cimitarra mágica de Acuelo y un esfuerzo conjunto para evitar que pudiera seguir golpeándonos.

Salíamos del bosque cargando entre Aculeo y Numerio al pobre Dogo, pero los arboles que nos encontrábamos ahora más espaciados unos de otros nos enseñaron otra faceta del bosque, los escarabajos y los arboles mordidos fueron sustituidos por arañas y sus telas.

Los nervios pasados habían destrozado nuestros sentidos y pasamos por alto una emboscada perpetrada por unas arañas gigantes que a punto estuvo de costarnos la vida de Aculeo, una vez más, justo cuando la araña se llevaba a Aculeo inconsciente i enredado en su telaraña, Numerio hizo gala de su precisión y de una estocada hendió el cráneo de la araña con un sonoro crujido, aunque me hubiera gustado conseguir un poco de veneno de la araña la más que posible cercanía de compañeras suyas, el hambre y la gravedad de las heridas de Aculeo y Dogo, hicieron que nos apremiáramos para llegar a Tuk.

Ahora estamos en Tuk recuperando nuestras fuerza y pertrechándonos de nuevo para el resto del viaje (que se retrasara una semana), Aculeo está siendo tratado por la sacerdotisa del templo, nos ha dicho que sobrevivirá, pero el efecto del veneno de la araña le dejará marcado de por vida. Las heridas de Dogo también han sido curadas pero la sacerdotisa ha dicho que deberá reposar tres meses y yo reafirmo su diagnóstico.

Dhôlios Ibn-Halim, Ibn-Hassad

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