La Casa Roose




La Casa Roose de fundación arraigada (488 de la Segunda Era) debe sus inicios a Leo el Loco, en el verano del 488 Leo había organizado un torneo para subir la moral de la plebe y fundar nuevas alianzas contra los salvajes, en el se presentó un caballero de verde con una rosa en el escudo que acabó venciendo el torneo, cuando terminó el torneo el caballero pidió tierras y después de que Leo se las otorgara se quitó el yelmo mostrando a todo el mundo que era una mujer. Lejos de reprenderla o castigarla la ennobleció argumentando que tenía más valor que la mayoría de sus hombres y colgó a cuantos se opusieron al nombramiento, las malas lenguas dijeron que de aquellos que murieron aquel día, no había ni uno que no fuera un rival potencial para la Casa Gadwisdom.


En sus orígenes, la Casa era lo que parecía ser una inagotable fuente de hermanos, primos, hijos y parientes varones más distantes. Por desgracia, la abundancia de herederos varones en una casa menor con un feudo pequeño acarrea una consecuencia: no hay posesiones suficientes para satisfacer a todos. La historia de la casa Roose está repleta de asesinatos, peleas, secuestros, desapariciones y otros sucesos demasiado desagradables para mencionarlos. La canción Un centenar de codos de roja, roja cuerda relata de forma infame la muerte del viejo Targin Roose y no hay actor o bardo que la cante a menos de un centenar de leguas de las tierras de la casa Roose, a no ser que quiera revivirla él mismo. Tras el final de la Rebelión, la casa Roose ha dejado de lado las formas de seleccionar a sus familiares de su sangriento pasado (al menos en su mayor parte). El comportamiento de los varones Roose hacia sus propios parientes ha sido más civilizado en los últimos años, el miedo cerval que tienen a la ira de su señor evita que recurran a su antiguo y tortuoso entramado de maquinaciones y puñaladas por la espalda.

Un Roose es tan pragmático como un hacha e igualmente sutil. En los tiempos en que los Roose eran banderizos de los Gadwisdom estos últimos tenían un dicho: “Si un hombre necesita morir en la cama o por un capricho del destino, envía a un hombre sin rostro; si no es necesario disfrazar las circunstancias de su muerte, un Roose es mucho más barato.”


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