Campaña de Vitelio Flavio (XIII) y el Lobo blanco (II)

Cerca del Cerro de los Buitres, La Tierra de los Valles. Padie 10 de Luna de la caza. 573, Año del Fuego.

Ferkie Anduriel Leinaïe

Detrás del andar exhausto de los caminantes, un cielo rojo incendia el paisaje. El camino se llena de piedras afilada que muerden sus pies mientras poco a poco, se desvanece acechado por las zarzas, los helechos y los brezos que crecen salvajes y oscuros. El camino, languidece empequeñecido bajo la sombra de una monstruosa mole de granito, el cerro, observa con el ceño fruncido a aquellos que osan entrar en su dominio. El gran orbe de fuego arranca destellos por dondequiera que pose sus ojos a lo largo del camino, los brezos purpúreos y granates como rebosantes vasos de vino especiado regalan al camino aromas que vuelven la boca pastosa y se agarran a las ropas del viajante. Las zarzas se arrastran por el suelo buscando tobillos desnudos a los que agarrarse y capas que desgarrar mientras la niebla precede a la noche. Las imágenes trémulas de unas nubes huyen y amenazan al mismo tiempo, se asoman como volutas de humo por las escamas del rio serpiente. Como el abrazo de un amante celoso, unos ruidos mueren ahogados mientras otros los sustituyen, el arrullo del rio, el gemir del viento y el danzar del cercano bosque. El Bosque, antiguo hogar de los ilustres elfos, observa como un abuelo resentido desde la esquina de la sala a los más jóvenes. La piel, agrietada y los músculos agarrotados, los huecos apenas imperceptibles entre sus ramas y sus troncos son llenados por una oscuridad absorbente y vigilante...

Alguien muy pequeño se aparta el cabello sudado que le fustiga la cara, suspira por las ultimas raciones de viaje que le quedan y observa a las demás personas que lo acompañan. El muchacho, imberbe e inexperto, mira con los ojos pesarosos la montaña mientras se aferra a sus delgadas y quebradizas hojas como si pudieran salvarle de sus temores. A su lado, el fantasma, tez pálida y cabellos cenizos, sus ojos finos y azules como el infinito, una grieta esconde un oscuro pasado y parte su cara por la mitad atestiguando un terrible castigo, sus rasgos son inexpresivos como el sudario de un muerto.

El frio arropa cruelmente al grupo, quiebra sus gargantas pastosas y secas, introduce en sus cuerpos el sudor helado absorbido per el cuero que ha de protegerles de la guadaña. El fuego, crepita, disminuye y se consume con un suspiro. El cielo baila una danza de muerte, brilla rojo fuego, amarillo ira, lila traición, gris mortaja y muere. Un rayo resquebraja el sonoro silencio y refleja un esquelético paisaje lleno de hojas afiladas y sombras andantes. Una gota cae deshaciendo el cuadro, mezclando la pintura y volviéndolo todo negro. La niebla oscura cubre el suelo donde cae en rítmico golpeteo una lluvia que todo lo encharca. El Culebra, hambriento, abandona su cauce para salir de caza llevándose consigo un torrente de piedras, troncos, y animales atrapados en su furia.

Reducidos a sombras de lo que fueron el honor, la valentía y la gallardía yacen acurrucados entre ellos muertos de miedo y casi ahogados… A su alrededor, la niebla que se arremolinaba expectante como el cuchillo del carnicero observa al cuello del cerdo, se diluye perforada por una débil luz y el batir del cuero de una pequeña tienda. La tienda oscura y desteñida enseña unas franjas verdes y amarillas, por su pared cilíndrica unos ciervos saltan sin percatarse de la lluvia que les riega la piel y remata el tejado cónico una banderilla medio rota. Su presencia parece asquear a la misma naturaleza que vomita lluvia truenos y viento con renovado rencor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vitelio:

Dentro de la tienda, envuelto en un manto de sombras y fantasmas, un hombre se mantiene despierto. Mientras observa los reflejos azules en el filo de su espada corta piensa en los compañeros de viaje que yacen a su lado. ¿Volverán a sus casas tras la incursión al cerro de los buitres o caerán muertos en las fauces de la gran montaña?

Había visto morir a muchos compañeros y nunca se había acostumbrado a ello, los amigos que habían ido cayendo a su lado se habían convertido en eternos caminantes de sus pensamientos que le acompañaban en noches oscuras como aquella. Alexandros, Helvetio, Artorio, Druso... Todos habían muerto combatiendo a su lado, ¿para salvarle la vida?

Sabía que su sino era morir de la misma forma que sus amigos, pero esperaba poder hacerlo luchando por algo que valiera la pena. La muerte de sus hermanos le cargaba con la responsabilidad de hacerlo, debía afrontar su destino, tras la desaparición de su padre y su ejército y la disolución de la compañía, él era el último rohirrim y viviría sus últimos días como tal. Si salía con vida del cerro de los buitres volvería a vestir la vieja armadura en honor a todos los que la habían defendido, ahora era él el que debía salvar la orden. Después de cumplir el juramento que le hizo a Druso iría al templo de la Unión para reunirse con los montaraces y exponerles los hechos, su padre podía esperar, había que salvar a los rohirrim.

La vieja orden aún no había muerto,

http://youtu.be/twepYLbAhNo