Compañia Rohirrim: Artorio Galba, Druso Iuventio, Cayo Julius, Numerio Helvetio y Vitelio Flavio.
Ferekie



Las montañas amenazaban solemnes y blancas la caravana de carromatos que yacía a sus pies. Con un suave destello rojizo la noche era oscura y sus habitantes también, incluso el brillo de Anduriel parecia frio y distante. El hielo cubría el suelo y las mentes de los refugiados llenando el aire de vahos y silencios, llenando la oscuridad de quimeras imposibles y de ruidos tangibles. Los sueños se resquebrajaban como un hueso hasta romperse cada vez que los lobos aullaban hambrientos en las cercanías.
La oscuridad se abalanzaba con furia contra el campamento, pero solo las capas de los imperecederos guardias notaban su embestida. La compañía restaba inmóvil en sus puestos diezmando los horrores que como olas llegaban a sus pies.
Alan Quinn empuñaba con fuerza su laúd y lanzaba sus acordes contra el frio que luchaba por entrar en los corazones de su audiencia…Aquel tiempo ya de por si extraño y terrible chispeaba magia. Los dragones, las brujas, los guardianes y los dioses del bardo luchaban sin piedad contra la nieve que se alzaba a su alrededor. Pero, ni tan solo él, era tan optimista como para no saber que sin aquellas oscuras siluetas que los acompañaban, la nieve y el frío los habría barrido del mapa con un susurro.
Vitelio y sus hombres rendían cuenta a sus demonios interiores ofreciendo a la oscuridad la suya propia y manteniéndola a raya. El tiempo pasado con sus camaradas les permitía saber su situación y su estado sin moverse, todos mirando a la oscuridad…todos quietos…Vitelio no necesitaba sacar a Hierro de su vaina para saber que brillaba.
En la mente de Alessandro todo era aun más perturbador, desde algún punto del campamento añoraba la pequeña y abarrotada tienda de su mentor. Puede que él no fuera tan siquiera digno de considerarse aprendiz de su maestro, pero tenía suficiente con sus nimios conocimientos de astrología y la nuevas que recogía cada día en el mercado. Era consciente que la tierra temblaba y el cielo se encogía agujereado por temibles augurios que caían como ceniza sobre Naxos. Esperaba poder contar con aquellos soldados cuando llegara el momento…
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