Campaña de la Casa Dunnotar (III) y la Casa Mograine (III).

Carum Capital del condado de Campoverde, Ducado de Campoverde. 532, Año del Fuego.

Ese año la corte se celebró en el condado de Ventosa, en el ducado de Silester, tierras del duque Ulfius fiel defensor del Ray Garret. Como de costumbre, Duncan paseaba por los salones del castillo escuchando rumores, buscando negocios, mientras Iskander, poco participativo en las intrigas palaciegas buscaba noticias de la guerra en el este. Los dos se acabaron reencontrando siguiendo, con otros caballeros más jóvenes, el discurso de Garthron, que hablaba de llevar la guerra a los skodtians y de venganza. Duncan e Iskander debatieron con el príncipe bastardo el mejor modo de hacerlo, pugna que ojos del valeroso hijo de Garret ganó Iskander.

Con un valeroso posible contacto entre manos, el grupo se disgregó cuando los más altos cargos de la nobleza entraron al consejo. Mograine y Dunnotar aprovecharon ese momento para mezclarse con sus iguales, más allá de la euforia latente en la sala por que se avecinaban tiempos de guerra, venganza y gloria, descubrieron la intrigante presencia de un sacerdote guerrero de Rohir, proveniente de la lejana Mildur que, por lo que averiguaron, estaba visitando todas las importantes cortes de Aerien para pedir ayuda contra Teleos, pero que, de momento, no había conseguido ningún aliado.

Cuando la celebración del consejo se dio por concluida la baja nobleza asistió con emoción al reparto de ordenes de sus señores, ¡cual fue la desilusión de nuestros héroes al enterarse que les tocaba proteger el condado de su señor sirviendo como guarnición! Por lo que pudieron saber, no fueron los únicos descontentos, el rey Garret había decidido ceder el mando de su ejército al duque Lucius de Caern y Garthron había obedecido a regañadientes.

Fue en las labores de guarnición, paseando cerca de los lindes del pantano de los Mograine, cuando encontraron a un viejo pastor, al pie de una colina junto al camino, que les pidió ayuda con una cabra extraviada. Esta, más grande de lo normal, asomo la cabeza tras la colina para acto seguido alejarse en dirección al pantano. Los nobles, no queriendo mancharse las manos con aquella tarea enviaron a sus escuderos. Instantes después aquellos que subieron la empinada columna trabajosamente, la bajaron de rodando y muertos, después de que un sonoro golpe estremeciera la misma colina.

Los nobles reaccionaron como un resorte, Iskander desenvainó el Padre de las espadas mientras corría por la pendiente, Duncan montó antes a su caballo y hizo gala de su habilidad subiendo la pedregosa cuesta. Iskander llegó primero y no detuvo su carga ni al descubrir que el culpable de la muerte de sus escuderos era un ¡Gigante! Se abalanzó con determinación y de la misma manera fue arrojado a un lado por el monstruo, que emergía entre las ruinas de una vieja casa a medio absorber por el pantano. Con la enorme rama que blandía a modo de garrote, el gigante se abalanzó sobre el líder de la casa Mograine que, con un hábil movimiento, hirió la mano del gigante obligándolo a soltar el arma y librándose de una muerte segura. Acto seguido, Duncan atravesó los escasos metros que le separaban del monstruo a la carrera y le hundió la lanza con tanta fuerza y determinación que incluso la mano con la que la agarraba entro en las entrañas del gigante, dándole muerte.


Después del rápido, pero letal combate, pudieron escuchar a sus espaldas una risa descontrolada, y al girarse vieron cómo, después de un destelló de luz, el viejo campesino que daba brincos y aplaudía, se convertía en Westerlin, el consejero del rey.

-          ¡Genial! ¡Genial! Me serviréis bien, seguidme, no hagáis preguntas y dejad los caballos atrás. - Y, sin resolver sus dudas ni esperar a que reaccionaran, avanzó apoyándose en su cayado dirección al pantano mientras musitaba unas palabras en lengua antigua.

Al entrar en el pantano por el que tantas veces Iskander había vagado, ambos nobles tuvieron la sensación de cruzar una gigante y espesa tela de araña, tras ella, los colores, olores y sonidos del pantano llegaron a ellos coloridos, claros y agradables. Avanzaron por la espesura hasta un claro frente a un lago, maravillados por la belleza oculta de aquel lugar, Westerlin se detuvo y dijo: – ahora protegedme – y sin que para él pareciese un esfuerzo se adentró en el lago andando por encima del agua. 

De golpe, cruzando unos brezos que incluso para Duncan hubieran sido un reto considerable, entró en el claro, a caballo, un caballero verde cubierto de enredaderas con cuatro brazos, portando dos espadas y dos escudos, cargando sin atisbo de emoción alguna. El combate tensó en el inicio, se fue cargando de desesperación cuando Iskander consiguió asestarle un golpe en la cabeza que debiera ser mortal sin importunar a penas al extraño caballero. No podían derribarlo, no podían herirlo, y la fatiga empezaba a hacer mella en los nobles sin parecer que importunasen lo más mínimo al caballero verde.

Cuando los caballeros empezaban a desfallecer, un rayo de luz fulminó al extraño convirtiéndolo en un charco de cieno, a sus espaldas, Westerlin alzaba una espada de hermosa factura que brillaba más que cualquier antorcha. Se acerco a ellos y sin pararse les dijo: —Bien hecho, caballeros, Aerien está en deuda con vosotros. Podéis partir ahora. -  Y se fue igual que había venido.

La corte de invierno trajo malas y buenas noticias casi por igual, la pequeña Valeria, hija de Whirun, nieta de Iskander, murió por culpa de unas fiebres, pero llegaron al mundo el segundo hijo de Whirrun y dos gemelos mellizos que llenaron el castillo de los Dunnotar de chillidos y alegría a todas horas.

La casa Mograine crecía en poder después de encontrar en la casa ruinosa del pantano un alijo de armas que, generoso, Iskander repartió entre sus hombres. Mientras que los Dunnotar cerraron un trato comercial para transportar el hierro de las minas de Linde del Rey a Teleos y volver con manufacturas que vender en todo Aerien.

Al final del invierno, los caballeros recibieron las noticias del este, el duque Lucius había sido emboscado y asesinado, dispersando a su ejército, pero, cuando todo precia perdido, el príncipe Garthron acompañado de sus más leales hombres había cruzado la tierra enemiga para reagrupar al disperso ejército de su padre y liderarlos en sucesivas escaramuzas que fueron un éxito. La situación era tensa, no se había recuperado la tierra, pero había esperanza.

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