Campaña de Vitelio Flavio (XXII)


Risco Blanco, Ieago 1 de la Luna de la Flor Creciente. 574 Año de la Luz.

Las numerosas compañías que el día anterior abandonaron la sombra de los muros de la ciudad, con sus orgullosos andares y brillantes armaduras, acudieron al ocaso a las puertas de la ciudad. Muchos no volvieron, pero el humo negro que salía de sus cuerpos quemados habitaba el horizonte como recordatorio. Muchos de los que llegaban no volverían a salir, habían perdido piernas y brazos en sus primera gran aventura, pasarían los siguientes meses en Nueve campanas o Ciudad Chabola esperando la muerte o el olvido.

Vitelio, buscaba su cara de mocoso entre el gentío, mientras el orador seguía con su relato de fondo. No hacía tanto, o tal vez si, unos jóvenes guerreros se dieron un baño de masas por haber repelido los vikingos que saquearon Alondra. Y unos pocos años atrás un mocoso soñaba con pasear con el ejercito de su padre mientras todos gritaran su nombre…

-          El precio de la guerra es caro!, pero más lo es el precio de la rendición! No olvidéis los nombres de los pueblos a los que no llegaron las compañías libres, porque con su desaparición morimos todos un poco como pueblo! Muchas luces se han apagado hoy en nuestro corazón, pero las que aun arden se han encendido con la furia con que estos hombres, a los que no nos unen lazos ni de sangre ni de ancestros, han defendido nuestros hogares!!

Pero Vitelio ya no era ni aquel niño, ni aquel soldado, miraba a su alrededor desde la palestra donde se hallaba y buscaba al resto de sus hombres entre el gentío. A su lado se alzaban “los héroes de las compañías libres”. Stieg el Negro, Lein de Ostamar, Bjorn el rojo, Faelian Silberblade, Sir Lancel del Nido de las Águilas, Tulio Casto y él, Vitelio Flavio.

-          La sangre que estos valerosos hombres han derramado por nuestra causa se ha cobrado la ponzoña de cuatro tribus y la del único cabecilla que se atrevió a abandonar la seguridad de las montañas!

El rugido hacia brillar las armaduras magulladas de soldados y comandantes que se hallaban allí, conmocionados por la muerte y los gritos, aquellos que no se habían acostumbrado vivían en un extraño sueño y letargo que apenas recodarían al siguiente día como mas que un destello.

-          No olvidaremos aquellos que han muerto y por eso sus escudo brillaran en lo alto de nuestras murallas! Pero tampoco olvidaremos aquellos que prefirieron salvar su vida que la de nuestros pueblos, y por eso será relevados del mando y sus soldado se repartirán entre las demás compañías libres!

Un enano, subió por la escalera con una pequeña caja lacrada en oro y gemas y de ella extrajo unas medallas que fue clavando en las armaduras de los presentes.

-          Pero si a alguien debemos recordar son a aquellos que lucharon y vencieron! A aquellos que nos llevaran a la victoria! Y si con sus actos han tendido una mano entre nuestras dos manos nostras les tendemos la nuestra, para que cuando caigan puedan levantarse! La mano de Hierro!

El rugido cobró renovadas fuerzas y los cuernos resonaron por la ciudad.

Los nombres de aquellos condecorados fueron nombrados al tiempo que ellos abandonaron la palestra pero ni el tuyo ni el de Lein salió de la boca del orador.

-          Estos dos hombres, han dado mucho más que sangre sudor y lagrimas. Todos los hombres que hoy han luchado por nosotros, han puesto sus músculos y sus mentes  por nuestra causa, pero como alguien me dijo una vez, un verdadero guerrero es un verdadero hombre y un verdadero hombre tiene los miembros firmes, la mente alerta y un corazón. Estos dos Héroes nos han dado su corazón y a cambio nosotros les daremos nuestra sangre! La Lágrima de Borin!


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